MUJER QUE LLEGABA A LAS SEIS DE LA TARDE- GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ
ANTES DE LEER
1. ¿Por qué razón una mujer llega a las seis de la tarde y a dónde?
Gabriel García Márquez
(Aracataca, Colombia 1928 - México DF, 2014)
La mujer que llegaba a las seis
(1950)
La puerta oscilante se abrió. A esa hora no había nadie en el restaurante de José.
Acababan de dar las seis y el hombre sabia que sólo a las seis y media empezarían a llegar los parroquianos habituales. Tan conservadora y regular era su clientela, que no había acabado el reloj de dar la sexta campanada cuando una mujer entró, como todos los días a esa hora, y se sentó sin decir nada en la alta silla giratoria. Traía un cigarrillo sin encender, apretado entre los labios.
—Hola reina —dijo José cuando la vio sentarse. Luego caminó hacia el otro extremo del mostrador, limpiando con un trapo seco la superficie vidriada.
Siempre que entraba alguien al restaurante José hacia lo mismo. Hasta con la mujer con quien había llegado a adquirir un grado de casi intimidad, el gordo y rubicundo mesonero representaba su diaria comedia de hombre diligente. Habló desde el otro extremo del mostrador.
—¿Qué quieres hoy? —dijo.
—Primero que todo quiero enseñarte a ser caballero —dijo la mujer.
Estaba sentada al final de la hilera de sillas giratorias, de codos en el mostrador, con el cigarrillo apagado en los labios. Cuando habló apretó la boca para que José advirtiera el cigarrillo sin encender.
—No me había dado cuenta —dijo José.
—Todavía no te has dado cuenta de nada —dijo la mujer.
El hombre dejó el trapo en el mostrador, caminó hacia los armarios oscuros y olorosos a alquitrán y a madera polvorienta, y regresó luego con las cerillas. La mujer se inclinó para alcanzar la lumbre que ardía entre las manos rústicas y velludas del hombre. José vio el abundante cabello de la mujer, empavonado de vaselina gruesa y barata. Vio su hombro descubierto, por encima del corpiño floreado. Vio el nacimiento del seno crepuscular, cuando la mujer levantó la cabeza, ya con la brasa en los labios.
—Estás hermosa hoy, reina —dijo José.
—Déjate de tonterías —dijo la mujer—. No creas que eso me va a servir para pagarte.
—No quise decir eso, reina —dijo José—. Apuesto a que hoy te hizo daño el almuerzo.
La mujer tragó la primera bocanada de humo denso, se cruzó de brazos, todavía con los codos apoyados en el mostrador, y se quedó mirando hacia la calle, a través del amplio cristal del restaurante. Tenía una expresión melancólica. De una melancolía hastiada y vulgar.
—Te voy a preparar un buen bistec —dijo José.
—Todavía no tengo plata —dijo la mujer.
—Hace tres mesas que no tienes plata y siempre te preparo algo bueno —dijo José.
—Hoy es distinto —dijo la mujer, sobriamente, todavía mirando hacia la calle.
—Todos los días son iguales —dijo José—. Todos los días el reloj marca las seis, entonces entras y dices que tienes un hambre de perro y entonces yo te preparo algo bueno. La única diferencia es ésa que hoy no dices que tienes un hambre de perro, sino que el día es distinto.
—Y es verdad —dijo la mujer. Se volvió a mirar al hombre que estaba del otro lado del mostrador, registrando la nevera. Estuvo contemplándolo durante dos, tres, segundos.
Luego miró el reloj, arriba del armario. Eran las seis y tres minutos. «Es verdad, José, hoy es distinto», dijo. Expulsó el humo y siguió hablando con palabras cortas, apasionadas: “Hoy no vine a las seis, por eso es distinto, José”.
El hombre miró el reloj.
—Me corto el brazo si ese reloj se atrasa un minuto —dijo.
—No es eso, José. Es que hoy no vine a las seis —dijo la mujer—. Vine un cuarto para las seis.
—Acaban de dar las seis, reina —dijo José—. Cuando tú entraste acababan de darlas.
—Tengo un cuarto de hora de estar aquí —dijo la mujer.
José se dirigió hacia donde ella estaba.
Acercó a la mujer su enorme cara congestionada, mientras tiraba con el índice de uno de sus párpados.
—Sóplame aquí —dijo.
La mujer echó la cabeza hacia atrás. Estaba seria, fastidiosa, blanda; embellecida por una nube de tristeza y cansancio.
—Déjate de tonterías, José. Tú sabes que hace más de seis meses que no bebo.
—Eso se lo vas a decir a otro —dijo—. A mí no. Te apuesto a que por lo menos se han tomado un litro entre dos.
—Me tomé dos tragos con un amigo —dijo la mujer.
—Ah; entonces ahora me explico —dijo José.
—Nada tienes que explicarte —dijo la mujer—. Tengo un cuarto de hora de estar aquí.
El hombre se encogió de hombros.
—Bueno, si así lo quieres, tienes un cuarto de hora de estar aquí. Después de todo a nadie le importa nada diez minutos más o diez minutos menos.
—Sí importan, José —dijo la mujer. Y estiró los brazos por encima del mostrador, sobre la superficie vidriada, con un aire de negligente abandono. Dijo: “Y no es que yo lo quiera, es que hace un cuarto de hora que estoy aquí”. Volvió a mirar el reloj y rectificó: “Qué digo; ya tengo veinte minutos.”
—Está bien, reina —dijo el hombre—. Un día entero con su noche te regalaría yo para verte contenta.
Durante todo este tiempo José había estado moviéndose detrás del mostrador, removiendo objetos, quitando una cosa de un lugar para ponerla en otro. Estaba en su papel.
—Quiero verte contenta —repitió. Se detuvo bruscamente, volviéndose hacia donde estaba la mujer.
—¿Tú sabes que te quiero mucho? —dijo.
La mujer lo miró con frialdad.
—¿Siii...? ¡Qué descubrimiento, José! ¿Crees que me quedaría contigo por un millón de pesos?
—No he querido decir eso, reina —dijo José—. Vuelvo a apostar a que te hizo daño el almuerzo.
—No te lo digo por eso —dijo la mujer. Y su voz se volvió menos indolente—. Es que ninguna mujer soportaría una carga como la tuya ni por un millón de pesos.
José se ruborizó. Le dio la espalda a la mujer y se puso a sacudir el polvo en las botellas del armario. Habló sin volver la cara.
—Estás insoportable hoy, reina. Creo que lo mejor es que te comas el bistec y te vayas a acostar.
—No tengo hambre —dijo la mujer.
Se quedó mirando otra vez la calle, viendo los transeúntes turbios de la ciudad atardecida. Durante un instante hubo un silencio turbio en el restaurante. Una quietud interrumpida apenas por el trasteo de José en el armario. De pronto la mujer dejó de mirar hacia la calle y habló con la voz apagada, tierna, diferente.
—¿Es verdad que me quieres, Pepillo?
—Es verdad —dijo José, en seco sin mirarla.
—¿A pesar de lo que te dije? —dijo la mujer.
—¿Qué me dijiste? —dijo José, todavía sin inflexiones en la voz, todavía sin mirarla.
—Lo del millón de pesos —dijo la mujer.
—Ya lo había olvidado —dijo José.
—Entonces, ¿me quieres? —dijo la mujer.
—Sí —dijo José.
Hubo una pausa. José siguió moviéndose con la cara revuelta hacia los armarios, todavía sin mirar a la mujer. Ella expulsó una nueva bocanada de humo, apoyó el busto contra el mostrador y luego, con cautela y picardía, mordiéndose la lengua antes de decirlo, como si hablara en puntillas:
—¿Aunque no me acueste contigo? —dijo.
Y sólo entonces José volvió a mirarla:
—Te quiero tanto que no me acostaría contigo —dijo.
Luego caminó hacia donde ella estaba. Se quedó mirándola de frente, los poderosos brazos apoyados en el mostrador, delante de ella, mirándola a los ojos. Dijo:
—Te quiero tanto que todas las tardes mataría al hombre que se va contigo.
En el primer instante la mujer pareció perpleja. Después miró al hombre con atención, con una ondulante expresión de compasión y burla. Después guardó un breve silencio, desconcertada. Y después rió, estrepitosamente.
—Estás celoso, José. ¡Qué rico, estás celoso!
José volvió a sonrojarse con una timidez franca, casi desvergonzada, como le habría ocurrido a un niño a quien le hubieran revelado de golpe todos los secretos. Dijo:
—Esta tarde no entiendes nada, reina.
Y se limpió el sudor con el trapo. Dijo:
—La mala vida te está embruteciendo.
Pero ahora la mujer había cambiado de expresión. “Entonces no”, dijo. Y volvió a mirarlo a los ojos, con un extraño esplendor en la mirada, a un tiempo acongojada y desafiante.
—Entonces, no estás celoso. En cierto modo, sí —dijo José—. Pero no es como tú dices.
Se aflojó el cuello y siguió limpiándose, secándose la garganta con el trapo.
—¿Entonces? —dijo la mujer.
—Lo que pasa es que te quiero tanto que no me gusta que hagas eso —dijo José.
—¿Qué? —dijo la mujer.
—Eso de irte con un hombre distinto todos los días —dijo José.
—¿Es verdad que lo matarías para que no se fuera conmigo? —dijo la mujer.
—Para que no se fuera, no —dijo José—. Lo mataría porque se fuera contigo.
—Es lo mismo —dijo la mujer.
La conversación había llegado a densidad excitante. La mujer hablaba en voz baja, suave, fascinada. Tenía la cara casi al rostro saludable y pacífico del hombre, que permanecía inmóvil, como hechizado por el vapor de las palabras.
—Todo eso es verdad —dijo José.
—Entonces —dijo la mujer, y extendió la mano para acariciar el áspero brazo del hombre. Con la otra mano arrojó la colilla—. Entonces, ¿tú eres capaz de matar a un hombre?
—Por lo que te dije, sí —dijo José. Y su voz tomó una acentuación casi dramática.
La mujer se echó a reír convulsivamente, con una abierta intención de burla.
—¡Qué horror!, José. ¡Qué horror! —dijo, todavía riendo—. José matando a un hombre. ¡Quién hubiera dicho que detrás del señor gordo y santurrón, que nunca me cobra, que todos los días me prepara un bistec y que se distrae hablando conmigo hasta cuando encuentro un hombre, hay un asesino! ¡Qué horror, José! ¡Me das miedo!
José estaba confundido. Tal vez sintió un poco de indignación. Tal vez, cuando la mujer se echó a reír, se sintió defraudado.
—Estás borracha, tonta —dijo—. Vete a dormir. Ni siquiera tendrás ganas de comer nada.
Pero la mujer, ahora había dejado de reír y estaba otra vez seria, pensativa, apoyada en el mostrador. Vio alejarse al hombre. Lo vio abrir la nevera y cerrarla otra vez, sin extraer nada de ella. Lo vio moverse después hacia el extremo opuesto del mostrador. Lo vio frotar el vidrio reluciente, como al principio. Entonces la mujer habló de nuevo, con el tono enternecedor y suave de cuando dijo:
—¿Es verdad que me quieres, Pepillo? José —dijo. El hombre no la miró.
—¡José!
—Vete a dormir —dijo José—. Y métete un baño antes de acostarte para que se te serene la borrachera.
—En serio, José —dijo la mujer—. No estoy borracha.
—Entonces te has vuelto bruta —dijo José.
—Ven acá, tengo que hablar contigo —dijo la mujer.
El hombre se acercó tambaleando entre la complacencia y la desconfianza.
—¡Acércate!
El hombre volvió a pararse frente a la mujer. Ella se inclinó hacia adelante, lo asió fuertemente por el cabello, pero con un gesto de evidente ternura.
—Repíteme lo que me dijiste al principio —dijo.
—¿Qué? —dijo José. Trataba de mirarla con la cabeza agachada asido por el cabello.
—Que matarías a un hombre que se acostara conmigo —dijo la mujer.
—Mataría a un hombre que se hubiera acostado contigo, reina. Es verdad —dijo José.
La mujer lo soltó.
—¿Entonces me defenderías si yo lo matara? —dijo, afirmativamente, empujando con un movimiento de brutal coquetería la enorme cabeza de cerdo de José.
El hombre no respondió nada; sonrió.
—Contéstame, José —dijo la mujer—. ¿Me defenderías si yo lo matara?
—Eso depende —dijo José—. Tú sabes que eso no es tan fácil como decirlo.
—A nadie le cree más la policía que a ti —dijo la mujer.
José sonrió, digno, satisfecho. La mujer se inclinó de nuevo hacia él, por encima del mostrador.
—Es verdad, José. Me atrevería a apostar que nunca has dicho una mentira —dijo.
—No se saca nada con eso —dijo José.
—Por lo mismo —dijo la mujer—. La policía lo sabe y te cree cualquier cosa sin preguntártelo dos veces.
José se puso a dar golpecitos en el mostrador, frente a ella, sin saber qué decir. La mujer miró nuevamente hacia la calle. Miró luego el reloj y modificó el tono de su voz, como si tuviera interés en concluir el diálogo antes de que llegaran los primeros parroquianos.
—¿Por mí dirías una mentira, José? —dijo—. En serio.
Y entonces José se volvió a mirarla, bruscamente, a fondo, como si una idea tremenda se le hubiera agolpado dentro de la cabeza. Una idea que entró por un oído, giró por un momento, vaga, confusa, y salió luego por el otro, dejando apenas un cálido vestigio de pavor.
—¿En qué lío te has metido, reina? —dijo José.
Se inclinó hacia adelante, los brazos otra vez cruzados sobre el mostrador. La mujer sintió el vaho fuerte y un poco amoniacal de su respiración, que se hacía difícil por la presión que ejercía el mostrador contra el estómago del hombre.
—Esto sí es en serio, reina. ¿En qué lío te has metido? —dijo.
La mujer hizo girar la cabeza hacia el otro lado.
—En nada —dijo—. Sólo estaba hablando por entretenerme.
Luego volvió a mirarlo.
—¿Sabes que quizás no tengas que matar a nadie?
—Nunca he pensado matar a nadie —dijo José desconcertado.
—No, hombre —dijo la mujer—. Digo que a nadie que se acueste conmigo.
—¡Ah! —dijo José—. Ahora sí que estás hablando claro. Siempre he creído que no tienes necesidad de andar en esa vida. Te apuesto a que si te dejas de eso te doy el bistec más grande todos los días, sin cobrarte nada.
—Gracias, José —dijo la mujer—. Pero no es por eso. Es que ya no podré acostarme con nadie.
—Ya vuelves a enredar las cosas —dijo José.
Empezaba a parecer impaciente.
—No enredo nada —dijo la mujer.
Se estiró en el asiento y José vio sus senos aplanados y tristes debajo del corpiño.
—Mañana me voy y te prometo que no volveré a molestarte nunca. Te prometo que no volveré a acostarme con nadie.
—¿Y de dónde te salió esa fiebre? —dijo José.
—Lo resolví hace un rato —dijo la mujer—. Sólo hace un momento me di cuenta de que eso es una porquería.
José agarró otra vez el trapo y se puso a frotar el vidrio, cerca de ella. Habló sin mirarla. Dijo:
—Claro que como tú lo haces es una porquería. Hace tiempo que debiste darte cuenta.
—Hace tiempo me estaba dando cuenta —dijo la mujer—. Pero sólo hace un rato acabé de convencerme. Les tengo asco a los hombres.
José sonrió. Levantó la cabeza para mirar, todavía sonriendo, pero la vio concentrada, perpleja, hablando, y con los hombros levantados; balanceándose en la silla giratoria, con una expresión taciturna, el rostro dorado por una prematura harina otoñal.
—¿No te parece que deben dejar tranquila a una mujer que mate a un hombre porque después de haber estado con él siente asco de ése y de todos los que han estado con ella?
—No hay para qué ir tan lejos —dijo José, conmovido, con un hilo de lástima en la voz.
—¿Y si la mujer le dice al hombre que le tiene asco cuando lo ve vistiéndose, por qué se acuerda que ha estado revolcándose con él toda la tarde y siente que ni el jabón ni el estropajo podrán quitarle su olor?
—Eso pasa, reina —dijo José, ahora un poco indiferente, frotando el mostrador—. No hay necesidad de matarlo. Simplemente dejarlo que se vaya.
Pero la mujer seguía hablando y su voz era una corriente uniforme, suelta, apasionada.
—¿Y si cuando la mujer le dice que le tiene asco, el hombre deja de vestirse y corre otra vez para donde ella, a besarla otra vez, a...?
—Eso no lo hace ningún hombre decente —dijo José.
—¿Pero, y si lo hace? —dijo la mujer, con exasperante ansiedad—. ¿Si el hombre no es decente y lo hace y entonces la mujer siente que le tiene tanto asco que se puede morir, y sabe que la única manera de acabar con toda eso es dándole una cuchillada por debajo?
—Esto es una barbaridad —dijo José—. Por fortuna no hay hombre que haga lo que tú dices.
—Bueno —dijo la mujer, ahora completamente exasperada—. ¿Y si lo hace? Suponte que lo hace.
—De todos modos no es para tanto —dijo José. Seguía limpiando el mostrador, sin cambiar de lugar, ahora menos atento a la conversación.
La mujer golpeó el vidrio con los nudillos. Se volvió afirmativa, enfática.
—Eres un salvaje, José —dijo—. No entiendes nada.
Lo agarró con fuerza por la manga.
—Anda, di que sí debía matarlo la mujer.
—Está bien —dijo José, con un sesgo conciliatorio—. Todo será como tú dices.
—¿Eso no es defensa propia? —dijo la mujer, sacudiéndole por la manga.
José le echó entonces una mirada tibia y complaciente. “Casi, casi”, dijo. Y le guiñó un ojo, en un gesto que era al mismo tiempo una comprensión cordial y un pavoroso compromiso de complicidad. Pero la mujer siguió seria; lo soltó.
—¿Echarías una mentira para defender a una mujer que haga eso? —dijo.
—Depende —dijo José.
—¿Depende de qué? —dijo la mujer.
—Depende de la mujer —dijo José.
—Suponte que es una mujer que quieres mucho —dijo la mujer—. No para estar con ella, ¿sabes?, sino como tú dices que la quieres mucho.
—Bueno, como tú quieras, reina —dijo José, laxo, fastidiado.
Otra vez se alejó. Había mirado el reloj. Había visto que iban a ser las seis y media. Había pensado que dentro de unos minutos el restaurante empezaría a llenarse de gente y tal vez por eso se puso a frotar el vidrio con mayor fuerza, mirando hacia la calle a través del cristal de la ventana. La mujer permanecía en la silla, silenciosa, concentrada, mirando con un aire de declinante tristeza los movimientos del hombre. Viéndolo, como podría ver un hombre una lámpara que ha empezado a apagarse. De pronto, sin reaccionar, habló de nuevo, con la voz untuosa de mansedumbre.
—¡José!
El hombre la miró con una ternura densa y triste, como un buey maternal. No la miró para escucharla, apenas para verla, para saber que estaba ahí, esperando una mirada que no tenía por qué ser de protección o de solidaridad. Apenas una mirada de juguete.
—Te dije que mañana me voy y no me has dicho nada —dijo la mujer.
—Si —dijo José—. Lo que no me has dicho es para donde.
—Por ahí —dijo la mujer—. Para donde no haya hombres que quieran acostarse con una.
José volvió a sonreír.
—¿En serio te vas? —preguntó, como dándose cuenta de la vida, modificando repentinamente la expresión del rostro.
—Eso depende de ti —dijo la mujer—. Si sabes decir a qué hora vine, mañana me iré y nunca más me pondré en estas cosas. ¿Te gusta eso?
José hizo un gesto afirmativo con la cabeza, sonriente y concreto. La mujer se inclinó hacia donde él estaba.
—Si algún día vuelvo por aquí, me pondré celosa cuando encuentre otra mujer hablando contigo, a esta hora y en esa misma silla.
—Si vuelves por aquí debes traerme algo —dijo José.
—Te prometo buscar por todas partes el osito de cuerda, para traértelo —dijo la mujer.
José sonrió y pasó el trapo por el aire que se interponía entre él y la mujer, como si estuviera limpiando un cristal invisible. La mujer también sonrió, ahora con un gesto de cordialidad y coquetería. Luego el hombre se alejó, frotando el vidrio hacia el otro extremo del mostrador.
—¿Qué? —dijo José, sin mirarla.
—¿Verdad que a cualquiera que te pregunta a qué hora vine le dirás que a un cuarto para las seis? —dijo la mujer.
—¿Para qué? —dijo José, todavía sin mirarla y ahora como si apenas la hubiera oído.
—Eso no importa —dijo la mujer—. La cosa es que lo hagas.
José vio entonces al primer parroquiano que penetró por la puerta oscilante y caminó hasta una mesa del rincón. Miró el reloj. Eran las seis y media en punta.
—Está bien, reina —dijo distraídamente—. Como tú quieras. Siempre hago las cosas como tú quieras.
—Bueno —dijo la mujer—. Entonces, prepárame el bistec.
El hombre se dirigió a la nevera, sacó un plato con carne y lo dejó en la mesa. Luego encendió la estufa.
—Te voy a preparar un buen bistec de despedida, reina —dijo.
—Gracias, Pepillo —dijo la mujer.
Se quedó pensativa como si de repente se hubiera sumergido en un submundo extraño, poblado de formas turbias, desconocidas. No se oyó, del otro lado del mostrador, el ruido que hizo la carne fresca al caer en la manteca hirviente. No oyó, después, la crepitación seca y burbujeante cuando José dio vuelta al lomillo en el caldero y el olor suculento de la carne sazonada fue saturando, a espacios medidos, el aire del restaurante. Se quedó así, concentrada, reconcentrada hasta cuando volvió a levantar la cabeza, pestañeando, como si regresara de una muerte momentánea. Entonces vio al hombre que estaba junto a la estufa, iluminado por el alegre fuego ascendente.
—Pepillo. Ah. ¿En qué piensas? —dijo la mujer.
—Estaba pensando si podrás encontrar en alguna parte el osito de cuerda —dijo José.
—Claro que sí —dijo la mujer—. Pero lo que quiero que me digas es si me darás toda lo que te pidiera de despedida.
José la miró desde la estufa.
—¿Hasta cuándo te lo voy a decir? —dijo—. ¿Quieres algo más que el mejor bistec?
—Sí —dijo la mujer.
—¿Qué? —dijo José.
—Quiero otro cuarto de hora.
José echó el cuerpo hacia atrás, para mirar el reloj. Miró luego al parroquiano que seguía silencioso, aguardando en el rincón, y finalmente a la carne, dorada en el caldero. Sólo entonces habló.
—En serio que no entiendo, reina —dijo.
—No seas tonto, José —dijo la mujer—. Acuérdate que estoy aquí desde las cinco y media.
DURANTE LA LECTURA
1. ¿Quién es Reina, a qué se dedica?
2. ¿Quién es el confidente de Reina y qué sentimientos tiene por ella?
3. Describe y analiza los elementos presentes en el cuento sobre la relación de Reina y José.
DESPUÉS DE LA LECTURA
1. Describe el mundo de la narración, a partir de lo leído, ten en cuenta los personajes, las clases sociales, lo expresado por el narrador.
2. Escribe un ensayo a partir de la encrucijada a la que se enfrentan los personajes.
Preguntas
de lectura crítica
1.
El texto presenta una intrincada
relación entre el tiempo cronológico y el tiempo psicológico de los personajes.
Piense, por ejemplo, en cómo la repetición del ritual diario de la mujer, que
llega "puntual" a las seis de la tarde, se contrapone a la estática y
monótona existencia del joven, que parece vivir en un presente perpetuo de
espera y soledad. Esta dualidad temporal no solo estructura la narrativa, sino
que también funciona como un reflejo de la incomunicación y la incapacidad de
ambos personajes para trascender su soledad. Analice cómo la llegada de la
mujer, que se percibe como un evento fijo y predecible, perturba el flujo del
tiempo del joven, introduciendo una temporalidad cíclica que lo atrapa en un
bucle de esperanza y desilusión, en lugar de ofrecerle un escape. ¿Cuál de las
siguientes afirmaciones describe mejor este efecto narrativo?
A.
El ritual diario de la mujer actúa
como un ancla temporal que detiene el progreso psicológico del joven,
manteniéndolo en un estado de pasividad expectante.
B.
La repetición de la llegada de la
mujer es un elemento realista que subraya la rutina de la vida urbana.
C.
La precisión horaria de la mujer
simboliza el orden y la disciplina que el joven admira en ella.
D.
La puntualidad de la mujer es una
metáfora de la inminencia de un cambio significativo que finalmente ocurrirá.
2.
La
narrativa se construye a partir de la tensión entre lo dicho y lo no dicho,
creando un subtexto que es fundamental para comprender las motivaciones ocultas
de los personajes. Consideremos la insistencia del joven en la
"pureza" y la "inocencia" de la mujer, a pesar de las
obvias insinuaciones sobre su verdadera ocupación. Esta negación no es
simplemente un acto de idealización; es una estrategia psicológica para
proteger una fantasía que le permite sobrellevar su propia soledad. El rechazo
a la realidad, a la crudeza de los hechos, revela una profunda necesidad de
encontrar un sentido de pureza y belleza en un mundo que él percibe como
desolado. La aparente inocencia que le atribuye a ella es, en realidad, un
reflejo de su propia anhelo de redención. ¿Qué función literaria cumple
esta idealización en la obra?
A.
Sirve como una crítica a la hipocresía
social de la época, que idealizaba a las mujeres.
B.
Es un recurso para generar suspense,
ya que el lector espera el momento en que se revele la verdad.
C.
Es un comentario del autor sobre la
dificultad de las relaciones entre hombres y mujeres.
D.
Funciona como un mecanismo de defensa
del personaje masculino, que le permite sublimar su realidad a través de la
creación de un personaje ideal.
3.
El espacio, en este cuento, no es solo
un telón de fondo, sino un personaje más que influye en la atmósfera y en la
psicología de los protagonistas. El bar, un lugar de tránsito y soledad, es el
escenario de un ritual que se repite. Este espacio cerrado y casi
claustrofóbico contrasta con la "calle" y el "exterior",
que representan el mundo real, con sus peligros y su crudeza. La barra del bar
se convierte en una especie de refugio, un limbo donde las reglas de la
sociedad exterior se suspenden momentáneamente. Analice cómo este refugio, que
en un principio parece un santuario, se convierte en una cárcel, ya que los
personajes no pueden salir de él para enfrentar la realidad de su relación.
¿Cuál de las siguientes afirmaciones describe mejor el papel del espacio en la
narrativa?
A.
El bar simboliza un espacio de
encuentro y comunicación auténtica entre los personajes.
B.
El bar funciona como un microcosmos de
la soledad y la estancamiento de los personajes, un lugar de espera que les
impide avanzar.
C. El contraste entre el bar y la calle refleja la lucha interna
de la mujer entre su vida pública y su vida privada.
D. El espacio del bar es meramente un elemento descriptivo que
establece el ambiente de la historia.
4.
La relación entre los personajes se
construye sobre un sutil juego de poder y dependencia, disfrazado de afecto y
camaradería. La mujer, a pesar de su aparente fragilidad y su dependencia
económica, ejerce un control sobre la vida emocional del joven. Su llegada a
una hora fija le da a él una razón para esperar, un propósito, que contrarresta
la monotonía de su existencia. No obstante, este control es precario y se basa
en la fantasía que él ha construido de ella. La mujer, por su parte, manipula
esta fantasía para obtener lo que necesita. Esta dinámica no es de dominación
unilateral, sino de una codependencia mutua que los mantiene atrapados. ¿Qué
aspecto de esta dinámica subyace en la interacción de los personajes?
A.
Existe una simbiosis emocional donde
ambos personajes encuentran una razón de ser en la fantasía que han creado el
uno del otro.
B.
El joven es el único que idealiza la
relación, mientras la mujer es totalmente pragmática.
C.
La mujer ejerce un poder absoluto
sobre el joven, quien es una víctima de sus manipulaciones.
D.
La relación es puramente
transaccional, sin ningún tipo de implicación emocional profunda.
5.
El uso de la elipsis y los silencios
en el diálogo es una técnica narrativa clave en este cuento. El autor omite
intencionalmente los detalles explícitos sobre la vida de la mujer y las
verdaderas intenciones del joven, forzando al lector a llenar los vacíos con
suposiciones. Por ejemplo, la frase "siempre llegaba a las seis" no
es solo una indicación horaria, sino que encierra la historia de un ritual no
dicho, de una promesa tácita de compañía y de un pasado desconocido. Estos
silencios crean un ambiente de misterio y ambigüedad, permitiendo que la
historia resuene en un nivel más profundo y simbólico. ¿Qué efecto principal
logra el autor con esta técnica narrativa?
A.
Generar un clima de intriga que
mantiene al lector expectante sobre los secretos de la mujer.
B.
Subrayar la superficialidad de la
relación entre los personajes, que no va más allá de un diálogo trivial.
C.
Es un recurso para reducir la
extensión del texto sin perder la coherencia de la trama.
D.
Invitar al lector a ser un co-creador
del significado, obligándolo a interpretar las motivaciones y el pasado de los
personajes.
6.
El cuento explora el tema de la
soledad desde una perspectiva existencial, más allá de la simple ausencia de
compañía. Los personajes no solo están solos físicamente, sino que también
están aislados emocional y psicológicamente. La soledad del joven es una
condición inherente a su ser, que lo lleva a refugiarse en un mundo de
fantasía, mientras que la soledad de la mujer es el resultado de su forma de
vida y de la forma en que el mundo la percibe. La aparente conexión que
establecen en el bar es, en realidad, una ilusión que les permite escapar
temporalmente de su propia incomunicación. ¿Cuál de las siguientes afirmaciones
captura mejor la naturaleza de esta soledad en el cuento?
A.
La soledad es presentada como un
problema social que podría resolverse con una mayor interacción humana.
B.
La soledad de los personajes es una
condición transitoria que desaparecerá con el tiempo.
C.
La soledad es una prisión existencial
de la que los personajes intentan escapar a través de la creación de una
realidad alternativa.
D.
La soledad es un símbolo de la
independencia y la autosuficiencia de los personajes.
7.
El simbolismo del "tiempo"
en el cuento va más allá de la mera indicación de una hora. La "seis de la
tarde" no es solo un momento del día; es un umbral entre la luz y la
oscuridad, entre el trabajo y el ocio, y, simbólicamente, entre la realidad y
la fantasía. Esta hora es el momento en que la mujer, que vive en el mundo
nocturno, se encuentra en el "limbo" del bar. Para el joven, la
llegada a las seis es el clímax de su día, el momento en que su vida adquiere
un significado. Este simbolismo temporal resalta la precariedad y la
artificialidad de la relación, que existe en un espacio y un tiempo prestados,
fuera de la realidad cotidiana. ¿Qué otro significado simbólico adquiere el
"tiempo" en la narrativa?
A.
Representa la inmutabilidad de la vida
de los personajes, que repiten la misma rutina.
B.
Simboliza la fugacidad de los momentos
felices y la inevitabilidad de la desilusión.
C.
Es una metáfora de la esperanza del
joven de que la mujer se quede con él para siempre.
D.
El tiempo es un enemigo de los
personajes, que los acerca cada vez más a un final trágico.
8.
El papel de la mujer en el cuento es
multifacético. A primera vista, es la figura arquetípica de la "mujer de
la calle" o "femme fatale", pero García Márquez la dota de una
complejidad que trasciende estos estereotipos. Por un lado, es la encarnación
de la fragilidad y la vulnerabilidad, pero, por otro, es la fuerza motriz que
da sentido a la vida del joven. Su "inocencia" es una máscara que le
permite negociar su propia existencia en un mundo hostil. Al final, su
ambigüedad moral no es una debilidad, sino una fuente de su poder y de su
capacidad para sobrevivir. ¿Cómo se puede interpretar la ambigüedad moral de la
mujer en el contexto de la obra?
A.
Es un recurso para generar la
compasión del lector hacia el personaje.
B.
Funciona como una crítica a la
sociedad que obliga a la mujer a adoptar diferentes roles para sobrevivir.
C.
Simboliza la dualidad entre el bien y
el mal que existe en toda persona.
D.
La ambigüedad es un fallo en la
caracterización del personaje, que no tiene una personalidad definida.
9.
La estructura del cuento, que se
centra en una sola escena y un diálogo limitado, genera una sensación de
intimidad y claustrofobia. La narrativa se desarrolla casi en tiempo real, lo
que hace que cada palabra, cada gesto, adquiera una importancia desproporcionada.
Este enfoque minimalista obliga al lector a prestar atención a los pequeños
detalles, como el color del vestido de la mujer, la forma en que bebe el café,
o el tono de la voz del joven. La ausencia de un narrador omnisciente y la
limitación del punto de vista contribuyen a la ambigüedad de la historia. ¿Qué
efecto principal produce esta estructura narrativa?
A.
La estructura minimalista acentúa la
sensación de estancamiento y la importancia de los rituales cotidianos
B.
El cuento se percibe como un fragmento
de una historia más larga, sin un inicio ni un final claro.
C.
La atención del lector se centra en la
acción, más que en la psicología de los personajes.
D.
El cuento se vuelve difícil de
entender, ya que la falta de contexto lo hace incomprensible.
10. El
cuento de García Márquez se inserta en la tradición del realismo mágico, aunque
de una manera sutil y casi imperceptible. La "magia" no reside en
eventos sobrenaturales, sino en la forma en que los personajes se aferran a la
ilusión y la fantasía para dar sentido a su realidad desoladora. La
"puntualidad" de la mujer, que es casi perfecta, adquiere una
cualidad mítica, como si el tiempo se doblara a su voluntad. La realidad del
bar, con sus rituales y su soledad, se transforma en un espacio mágico donde los
personajes pueden ser algo más de lo que son en el mundo exterior. ¿Qué
elemento del realismo mágico es más evidente en el cuento?
A.
La presencia de fantasmas o seres
sobrenaturales.
B.
La fusión de la realidad cotidiana con
lo onírico y lo fantástico.
C.
La descripción detallada de un pueblo
imaginario, como Macondo.
D.
La presentación de la muerte como un
evento natural y sin drama.
11.
La perspectiva del narrador es
fundamental para la interpretación de la historia. El narrador se mantiene en
un tercer plano, casi invisible, limitándose a reportar las acciones y los
diálogos de los personajes, sin ofrecer juicios explícitos sobre sus motivaciones.
Esta objetividad aparente es una estrategia que invita al lector a ser el
verdadero "juez" de la historia. El narrador no nos dice si la mujer
es "buena" o "mala", ni si la fantasía del joven es
"válida" o "ingenua". Esta neutralidad refuerza la
ambigüedad moral y psicológica del cuento. ¿Qué tipo de narrador utiliza García
Márquez en "La mujer que llegaba a las seis de la tarde"?
A.
Narrador en primera persona, que es el
joven.
B.
Narrador omnisciente, que conoce los
pensamientos de todos los personajes.
C.
Narrador testigo, que solo observa los
eventos.
D.
Narrador en tercera persona con
focalización limitada en los personajes.
12.
La
"hora" de la mujer, las seis de la tarde, es un elemento narrativo
que encierra un profundo simbolismo. No es una hora cualquiera; es un momento
de transición. Simbólicamente, es la hora en que el día termina y la noche, con
sus misterios y sus peligros, comienza. Esta hora de transición es un reflejo
de la vida de la mujer, que se mueve entre dos mundos: el de la luz, el de la
normalidad aparente, y el de la oscuridad, el de la marginalidad. El joven, que
vive en la estaticidad de su bar, se convierte en el "guardián" de
este umbral, esperando en la frontera de la noche.
¿Qué simboliza este umbral en la vida de los personajes?
A.
El momento en que la relación de los
personajes se hace pública.
B.
La posibilidad de un nuevo comienzo,
de una vida diferente.
C.
La hora de la felicidad, que nunca
llega a su fin.
D.
El punto de encuentro entre la
realidad y la fantasía, la luz y la oscuridad.
13.
El
cuento se puede leer como una meditación sobre la naturaleza de la verdad y la
mentira en las relaciones humanas. La relación entre la mujer y el joven se
basa en una red de verdades a medias y de silencios cómplices. El joven no
quiere conocer la "verdad" de la mujer, sino la "verdad"
que él ha creado en su mente. Esta negación de la realidad es un mecanismo de
autoprotección, ya que la verdad podría destruir la frágil fantasía que
sostiene su existencia. La mentira, en este contexto, no es un acto de maldad,
sino un acto de supervivencia y de amor. ¿Qué
papel desempeña la mentira en la dinámica de la relación?
A.
La mentira es un componente esencial
de la fantasía que los personajes necesitan para mantener su relación.
B.
La mentira es un acto de engaño que
destruye la confianza entre los personajes.
C.
La mentira es una estrategia para
ocultar los verdaderos sentimientos y el pasado.
D.
La mentira es un signo de la falta de
sinceridad de los personajes.
14. La
repetición del ritual, de la llegada de la mujer a las seis, es un elemento
estructural que le da al cuento una cualidad cíclica y atemporal. Esta
repetición no conduce a un progreso narrativo, sino a un estancamiento. Los
personajes están atrapados en un bucle, repitiendo el mismo diálogo y las
mismas acciones día tras día. Este estancamiento es un reflejo de su
incapacidad para escapar de su soledad y de su fantasía. La repetición es, en
esencia, un signo de que la historia no tiene un final, sino que se repite
infinitamente en la vida de los personajes. ¿Qué función simbólica cumple esta
repetición en la obra?
A.
La repetición es una crítica a la
monotonía de la vida cotidiana en la sociedad moderna.
B.
La repetición subraya la solidez y la
estabilidad de la relación entre los personajes.
C.
La repetición simboliza el ciclo de
esperanza y desilusión en el que los personajes están atrapados.
D.
La repetición es un recurso para
generar familiaridad y comodidad en el lector.
15.
El
final del cuento, que no ofrece una resolución clara, es una de sus
características más significativas. La historia termina sin que la fantasía del
joven se rompa o se confirme la verdadera identidad de la mujer. El lector se
queda en un estado de ambigüedad, lo que le obliga a reflexionar sobre la
naturaleza de la relación y las motivaciones de los personajes. Este final
abierto es una técnica que invita a la reflexión y a la interpretación
personal. La falta de un final "feliz" o "trágico" refuerza
la idea de que la vida de los personajes es un ciclo que se repite, sin una
conclusión definitiva. ¿Qué efecto principal logra el autor con este final
abierto?
A.
Deja al lector insatisfecho y sin
respuestas claras sobre el destino de los personajes.
B.
Permite al lector proyectar su propia
interpretación sobre el significado de la historia.
C.
Sugiere que habrá una continuación de
la historia en una obra futura.
D.
Es un recurso para generar suspense y
mantener la atención del lector.
Es un cuento que narra una realidad y que nos enseña a pensar muy bien en casos de uno no cometer errores en la vida
ResponderBorrarcomentario: Al leer esta historia, me gusto como Gabriel García Márquez usó lenguaje muy descriptivo porque me pude imaginar el restaurante perfectamente y los personajes de la historia. También, me hizo crear un ambiente del restaurante imaginativo que me imagino que es la intención de García; que el lector se imagine su propia versión del restaurante. David Fernando Espinosa, universidad del Magdalena.
ResponderBorrarAl leer el título del cuento no llegué a imaginar el desenlace que este tiene, por lo que puedo decir que me sorprendió gratamente. Durante la lectura sentí deseo por avanzar en ella, claro está, dejándome persuadir, creería que indirectamente por ella, al punto de encarnar a los personajes, algo que cabe destacar, no siempre me sucede al momento de abordar una lectura pero que agradezco ya que viví la intención de la literatura: viajar a otros mundos posibles.
ResponderBorrarAdriana Silva Arias
Universidad del Magdalena
VI semestre
Lic. Literatura y lengua castellana.
El cuento “la mujer que llegaba a las seis” de Gabriel García Márquez dota al lector de un cuerpo de situaciones y desarrollo de intrigas, obligando, que se apropie de la lectura de principio afín, mediante descripciones artísticas tan detalladas que hace de la lectura un goce literario.
ResponderBorrarKEBIN ESTIBEN MORENO IMBACHI
UNIVERCIDAD DEL MAGDALENA
CUARTO SEMESTRE
LICENCIATURA EN LITERATURA Y LENGUA CASTELLANA
En esta narración Gabriel García Márquez usó un lenguaje descriptivo en dónde me puede imaginar desde el restaurante perfectamente hasta cada una de las características de los personajes de la historia. Todos estos misterios, hacen que esta narración, conduzca a nuestra mente a un entramado de acontecimientos ant s de que se pueda producir la narración.
ResponderBorrarEstudiante: Francia Elena Dorado Chilito.
Es un relato altamente descriptivo, que nos lleva a imaginarlos e involucrarnos en el mundo de esta narración, en la que sobresale el misterio, la confusión y la intriga de lo que pudo suceder antes de que Reina llegara al restaurante y en lo que desencadenará esta historia. Es agradable y enriquecedor sumergirse en este mundo del realismo mágico al que Gabriel García Márquez nos invita con sus maravillosas obras.
ResponderBorrarEstudiante: Blanca Sandoval.
De manera descriptiva el escritor Gabriel Gracia Márquez en su cuento "La mujer que llegaba a las seis", relatado casi a manera de crónica, nos muestra una sutil y perspicaz manera para el desarrollo de la imaginación a través de las letras, y a su vez su narrativa nos invita a sumergirnos en ese dulce y tentador coqueteo de reina, en ese pasivo y hechizado hombre de las cavernas.
ResponderBorrar¿amor racional o pasión desbordada? una incógnita que surge una vez se culmina el texto, maravilloso final que deja a contra tiempo el hilo conductor y desenlaza el escrito que encarna un ferviente deseo que rompe los principios morales y éticos. ¡Discúlpame! no olvides por favor que deje este comentario desde las cinco y media queriendo tener un cuarto de hora más.
la historia muestra preguntas sobre la naturaleza del amor y el sacrificio, en la historia José expresa su amor a través de celos y la disposición a defender a la mujer, pero su relación se ve empañada por la manipulación y la falta de honestidad emocional, el final nos invita a reflexionar sobre el futuro de los personajes y las decisiones que toman en sus vidas, ya que a pesar de sus sentimientos, están atrapados en un ciclo de dependencia.
ResponderBorrarEn esta historia, el sacrificio se presenta como una moneda de doble cara. José cree que demostrar su amor implica sacrificar su propia felicidad y la de su pareja. Sin embargo, el relato nos muestra que el verdadero amor no se basa en la posesión o la manipulación, sino en la libertad y el respeto mutuo.
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